Agustina Bazterrica
Personaje notable, Rafael Squirru (Buenos Aires, 23 de marzo de 1925-5 de marzo de 2016) fue una figura decisiva en la constitución del campo artístico y cultural latinoamericano. A pesar de haberse recibido de Abogado en la Universidad de Edimburgo (1948), nunca ejerció esta profesión. Dedicó su vida a consolidar una filosofía del arte sustentable y profunda.
En 1956 fundó el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, sin una sede, ni colección, y con el poético alias de Museo Fantasma. Antes de establecerse en el Teatro San Martín, el museo ambulante se apropió de espacios como galerías, salas de exposiciones, el Jardín Botánico, un garaje acondicionado e, incluso, el buque Yapeyú, que recorrió veintidós ciudades. Era tal el compromiso con el proyecto museal que tanto Squirru como sus colaboradores donaron sus primas para comprar las primeras obras de la colección. Con un entusiasmo y una osadía inusitados, Squirru y su equipo organizaron exposiciones nodales que contribuyeron a la consagración pública de muchos grandes artistas latinoamericanos. Kemble le escribe en 1981: “Pues bien, quiero que sepas que no olvidaré nunca cómo te has jugado por artistas totalmente desconocidos (entre ellos yo, desde luego) cuando eso implicaba la desaprobación general y la sorna de los presuntos entendidos”.
Durante el gobierno de Arturo Frondizi fue nombrado Director de Relaciones Culturales de la Cancillería (1960). Gracias a su gestión, las esculturas de Alicia Penalba fueron enviadas a la Bienal de São Paulo, y los grabados de Antonio Berni, a la Bienal de Venecia, donde obtuvieron el Primer Premio.
Como Director de Cultura de la Organización de los Estados Americanos (OEA), con sede en Washington D. C., desarrolló una imponente labor de promoción de la cultura latinoamericana a nivel mundial (1963 a 1970). La revista Américas, dirigida por Guillermo de Zéndegui, fue uno de los instrumentos que Squirru utilizó para difundir la obra de artistas latinoamericanos y estadounidenses desconocidos e, incluso, rescatar a olvidados como Edward Hopper, a quien entrevistó en 1965. Asimismo, revalida a escritores como Cortázar, quien le agradece en una carta de 1964, el haber recomendado Rayuela como un «libro obligatorio». Squirru entiende la cultura y su divulgación como un ejercicio constante de admiración y celebración, independiente de la ideología del artista. Un hecho que habla de su posición imparcial fue la recomendación de incluir en la Antología de poesía latinoamericana, publicada por la State University of New York, a los escritores cubanos Guillén, Lezama Lima y Fernández Retamar. Esto le hizo ganar la antipatía de exiliados cubanos anticastristas y de los cubanos que consideraban a la OEA como un organismo del imperialismo norteamericano.
Al regresar a Argentina se vuelca por entero a forjar el complejo entramado de redes y vínculos que componen el acervo cultural. Orador excepcional, dictó conferencias en nuestro país y en el exterior. Como un nómade de la cultura, viajaba a distintas provincias en un camión especialmente acondicionado con una muestra itinerante. Es famosa la anécdota de sus charlas nocturnas en plazas donde la gente asistía a escucharlo en pijama. Fue colaborador, por más de veinte años, del diario La Nación (sus artículos, que aparecieron hasta 1994, serían luego recopilados y publicados en cinco libros). Escribió incontables prólogos para exposiciones de artistas y varios volúmenes de poesía y prosa, publicó ensayos y tradujo a Shakespeare. El corpus imprescindible de su obra se compone de más de cincuenta publicaciones. En 1985 inauguró el ciclo « “Diálogos con artistas” en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, donde entrevistó –en vivo– a artistas de primera línea.
Una persona exitosa, dijo Emerson, es aquella que deja el mundo un poco mejor después de un trabajo bien hecho. En este sentido, uno podría decir que, en su campo, Squirru logró todos los éxitos gracias a su mirada lúcida, compromiso con la cultura y valioso trabajo comunitario.